La banda de thrash metal californiana Hirax cerró el domingo 13 de septiembre en el Teatro Novedades su gira de seis fechas por Chile, con lo que culminó su gira sudamericana. Cuatro bandas nacionales y alrededor de cuatrocientas personas los acompañaron en la velada, impregnándose de metal, aroma a cerveza, sudor y humo, tanto de cigarro como de los choripanes que se cocinaron dentro del recinto.
Katon W. De Pena, vocalista y líder de Hirax, recibe del público una bandera chilena de más de dos metros y la exhibe junto al guitarrista Glenn Rogers. Se alcanza a leer: “Hirax – Welcome to Santiago”. Minutos después el cantante recoge la bandera, la empuña, la besa y promete volver a pisar nuestro país en 2010. Los cuatrocientos chascones enardecidos dentro del Teatro Novedades no caben en sí de emoción: gritan, saltan, toman fotos y levantan sus manos formando cuernos con el índice y meñique, símbolo del metal.
Es que estos fanáticos esperaron mucho. Esta es la primera gira sudamericana de Hirax y el domingo pasado debieron cancelar por mal tiempo el “Pantano Open Air”, festival al aire libre que marcaría el inicio de las actividades de la banda en Santiago. Valparaíso, Rancagua, Temuco y Valdivia ya los tuvieron durante los últimos días, solo faltaba la capital.
A las a las 18 horas, tres antes de que Hirax salga a escena, los criollos Disaster comienzan su presentación, con un público de no más de cien personas. Cuando es el turno de Chronos, poco después, la gente se ha duplicado. Los presentes cuando Massakre sube al escenario bordean los trescientos, a las 19:30 horas y los últimos teloneros, Kingdom Of Hate, tocan veinte minutos más tarde para alrededor de cuatrocientas cabezas. No llegará más gente que un par de rezagados y el Novedades estará a dos tercios de capacidad.
Dentro del teatro, en un rincón de la pista, un puesto consistente en un par de mesas, una parrilla eléctrica y una hielera ofrece al espectador comida, bebida y recuerdos. Aunque un pendón promocional del tamaño de un ventanal y los afiches del concierto están en venta, la estrella es el choripán: longaniza dentro de media marraqueta. El olor del fiambre asado se pasea libremente por el interior del recinto y solo es opacado a lo lejos por el cigarrillo, la marihuana y la cerveza. Esperar a Hirax se vuelve más sabroso con solo mil pesos, que se transforman en uno de los tentadores choripanes y un vaso de Coca-Cola.
Milena y Demian solo quieren que comience a tocar la banda principal de la noche. Ambos visten mezclilla y él tiene su chaqueta adornada con un parche de Judas Priest en la espalda. Milena tiene ocho años y Demian cinco, son hermanos y sus bandas favoritas son, además de Hirax, Iron Maiden, Helloween y King Diamond. Ahora montan los hombros de sus padres, casi pegados a la reja de contención que separa al público del escenario, y alientan con su puño en alto tal como lo hace el resto de los presentes. De Pena, que ya ha entrado a escena hace un rato, los ve y saluda de vuelta con su propio puño, gesto que repetirá constantemente a los presentes durante la noche.
De Pena es el mejor vocalista del día, se nota tanto en la forma de conectar con el público como en la seguridad con que apoya y proyecta las notas cantadas. No se trata solo de gritar, como las bandas previas, sino de transmitir con talento la ira contenida en la música. Además es todo un predicador: aconseja tocar metal desde el corazón, fortalecer la hermandad del metal y apoyar a las mujeres metaleras. “Todos lleguen seguros a sus casas hoy, ¿está bien?”, le pide a los presentes. Milena y Demian seguro le harán caso.
Hace más de cuatro horas que empezó la música y Hirax toca hace más de una. Hace frío. Los dedos de los pies pierden sensibilidad y la exhalación puede verse condensada en el aire. Las puertas del Novedades ya están dispuestas para la evacuación. Son las 22:30 horas y De Pena y compañía terminan su presentación, pero luego de pedirlos por un minuto vuelven al escenario. Hay un diálogo con el público. El cantante confiesa cuánto le gusta Chile y que quiere bajar a compartir con cada una de las personas presentes. Por supuesto no lo hace, pero sí otorga las últimas dos canciones de la noche. Así termina un show de hora y media que permitirá a algunos olvidar que son casi las 23 horas de un domingo, que hay alrededor de cuatro grados en Santiago y que mañana hay que trabajar. Más difícil les será olvidar a Katon W. De Pena y su prédica: “we’re a thrash metal familia”