Lo vivido anoche en el Teatro Caupolicán, no fue sino otra cosa que la más pura demostración de un fanatismo casi religioso dedicado a un conjunto. El ver a cientos de chascones sagradamente vestidos con su polera de Opeth en las afueras del recinto, con una emoción e impaciencia en las caras que eran el fiel reflejo de una espera de años que estaba a punto de finalizar, era sólo el principio de todo esto. Y es que esta vez no estuvieron presentes, ni el personaje pegando un cartel en la entrada del local avisando la cancelación del show, ni el mensaje en la página web informando que no podrían venir a Sudamérica. No. Esta vez se escribió historia (y no una mala anécdota), en una jornada de dos horas en la que la entrega del público y la sorpresa de la banda fue tal, que caló hondo en el carismático Mikael Åkerfeldt quien sin lugar a dudas -y al igual que nosotros-, recordará esta velada por mucho tiempo.
Manatarms
Tal como es costumbre en nuestro país, la hora de inicio del show de los teloneros, nunca es avisada pero siempre parte con sesenta minutos de antelación al plato de fondo. En esta oportunidad no fue la excepción y los desconocidos locales Manatarms, a eso de las ocho y cinco, se veían enfrentados a una masa metalera, que luego de una tarde completa en la fila y una tardía apertura de puertas, se encontraba más impaciente que nunca. Si a eso además le sumamos el hecho de que la banda, no tenía la simpatía del respetable, esto nos da como resultado nuevamente un teloneo que no pasó más allá que una anécdota de la jornada, a pesar del buen resultado musical del conjunto.
El grupo por su parte, sabía que cada pausa era fatal para su show y sólo basta con recordar los incesantes gritos de “¡Opeth! ¡Opeth! ¡Opeth!” al finalizar cada corte presentado por Manatarms para dar fé de ello. Ni siquiera el hecho de tener leves similitudes y reminiscencias musicales con el número principal les ayudó, la gente no tenía la disposición de escuchar y apreciar un show distinto al que iban a ver, y tal como si se tratáse de un participante de Sábados Gigantes despedido por el chacal de la trompeta, se retiraron sin más, luego de unos treinta minutos de show.
El teatro estaba a full capacidad, y ni siquiera los guardias en galería fueron suficientes para evitar a los ya clásicos metaleros voladores que cual Arturo Prat se lanzaban al abordaje de una mejor ubicación. El escenario por su parte era sólo decorado con un gran telón negro con la inicial de Opeth, algo bastante pobre, pero que no preocupaba mucho a los presentes que miraban con impaciencia la hora en relojes y celulares.
Opeth
Minutos para las nueve de la noche, y el corte de luces generaba la ya clásica explosión de griteríos en la gente que llamaba a salir a escena al quinteto sueco, quienes daban sus primeros pasos en las tablas para enfrentar al público chileno con aquella misma introducción acústica que suena en su registro en vivo, Lamentations. El primer impacto de la jornada fue con la brutalísima Heir Apparent, que con aquellos sigilosos y disonantes riffs iniciales marcaba los primeros cabeceos y gritos infartantes que apenas dejaban escuchar la tétrica Intro de teclado de Per Wiberg. Los fulminantes guturales de Åkerfeldt resonaban a lo ancho y largo de todo el recinto, y si bien el sonido fue inicialmente malo, la gente seguía casi de memoria el primer corte en presentar de Watershed, que hizo gala de prácticamente todo lo que caracteriza a Opeth: brutalidad, calma, elementos acústicos, atmósferas y un feeling musical increíble.
Era cierto, estábamos viendo a Opeth por fin, eran los cinco encima del escenario y cinco mil que gritaban como endemoniados bajo él, aún consumidos por la sorpresa y la emoción. No fue raro ver a más de alguno soltando sus primeras lágrimas de la jornada, la espera había acabado y aún no terminábamos de saborear el primer corte, cuando con un leve sonar de las guitarras y el desgarrador grito de Åkerfeldt vociferando “Ghost of Mother, Lingering Death” marcaba el potentísimo inicio de Ghost of Perdition, con un sonido que iba en ascenso y mejoraba con respecto a la antecesora canción. Los saltos en cancha eran incesantes, y el público seguía al vocalista en especial en las partes limpias, donde el teatro entero hacía eco a la música de Opeth.
La primera pausa de la noche y las ya conocidas frases de “Chile es el mejor lugar del mundo” por parte de Åkerfeldt, causaban euforia en la masa presente, pero siempre con ese dejo de incredulidad, mal que mal, todos terminan diciendo lo mismo y ya es un cliché de los recitales, aquí y en la quebrada del ají. Aún así el vocalista no dejaba de destacar los escalofríos que le produjo sentir el ensordecedor gritar de la masa metalera presente minutos previos a subirse a escena, y es que si algo sonó fuerte esa noche, fue la voz unida de cinco mil fanáticos ávidos de Opeth, que ahora se aprontaban a recibir un clásico de aquellos del Still Life.
Con ese anuncio por parte de Åkerfeldt, los primeros acordes de Godhead’s Lament recababan fuerte en cada uno de los asistentes, que se molían en medio de la cancha tratando de seguir cada parte de la canción. El escenario se teñía de rojo con la iluminación, recordando los colores de la carátula de dicha placa. De destacar fue el impecable show de luces que acompañó durante toda la jornada a la banda, que –a mi parecer- se encontraron al nivel de las vistas para el show de Symphony X el 2007 y fueron el decorado preciso para la discreta puesta en escena del conjunto. Tallas aparte nuevamente por parte del front-man, quien esta vez aparecía con un gorro de índoles altiplánicas y se predisponía a tocar la siguiente canción con éste en la cabeza, para luego de un rato de risas, dejarlo a un lado y acotar “servirá para las frías noches en Suecia”.
“El siguiente corte es de un disco que tiene ocho años ya, y se llama Blackwater Park” decía o más bien trataba de decir el cantante, quien no podía terminar de hablar por los incansables gritos. Con The Leper Affinity llegamos quizás a uno de los momentos cumbres de la noche, ya que si algo es seguro es que Blackwater Park es el trabajo favorito de los seguidores de la banda, y el disco con el que muchos se han iniciado en lo que es la música de Opeth. Por lo mismo, no fue raro ver una reacción sublime por parte de los allí testigos, que alzaban brazos, movían chascas y saltaban al ritmo de los cambiantes pasajes de aquella canción que sobrepasa los diez minutos de duración, convirtiéndose así toda la escena, en una postal para el recuerdo.
Más juegos con el público y el showman preguntaba si podíamos cantar un breve sonido realmente alto y que fue in crescendo, para luego pedirles a las señoritas que cantaran algo similar pero con una voz realmente grave, dejando en evidencia el soberbio registro del sueco, que sacó aplausos. Con el público en el bolsillo y accediendo a todas las peticiones de Åkerfeldt, nos solicitó prender los lighters (encendedores) y celulares porque se venía una canción más lenta, fue así como una multitud de pequeñas luces decoró la sombría cancha y galería que hasta ese momento se encontraba en completa penumbra, para de esta forma dar paso a Credence, quizás la canción más corta de la jornada y una de las coreadas con más fuerza también.
Casi de inmediato y sin pausas, volveríamos al presente y continuaría la noche con la titánica Hessian Peel, que con esa sutileza inicial mantendría hipnotizados a los presentes que seguían cada verso de uno de los que califican entre los mejores cortes de Watershed. Se sintió inclusive cantar a más de alguno las líricas invertidas que Åkerfeldt no interpretó, las mismas que al escuchar correctamente rezan “I see you my sweet Satan, Come back tonight out of the courtyard”, para que luego Wiberg nuevamente diera el paso en su teclado al instante más brutal de la canción en donde el tremendo Martin Axenrot demostró más aún de la pasta que está hecho.
El cambio de guitarras y más payaseos por parte del vocalista quien cantaba una canción realmente graciosa con sólo frases agradeciendo a la gente en ella, darían paso a una versión algo extendida de Closure, canción del criticado Damnation que fue mejor recibida de lo que esperaba, y dio para pensar en “¿Y que pasó con los trues que odian tanto este disco?”, ni siquiera los sonidos reggaetoneros de la batería del final sirvieron para espantar al público. Leves guiños a Bleak (quizás una de las grandes ausentes de la noche, junto con Demon of The Fall) se sintieron en la mitad de la canción pero nada se concretó y el extendido corte siguió su curso natural.
Un “Shut The Fuck Up!” por parte del vocalista para callar educadamente a los eufóricos chilenos, con el humor negro que lo caracteriza, fue la antesala para la vuelta a trece años atrás con Morningrise, de este modo se nos invitaba a recibir de brazos abiertos a The Night And The Silent Water, otro de los clásicos calados de Opeth, de aquella época primaria del conjunto. Los azulosos tonos del escenario decoraban perfecto el momento épico que se vivía y la gente no demostraba cansancio alguno, hacía falta más.
Luces prendidas totalmente, y el cantante sorprendido aún con la garra del público, hizo una suerte de karaoke en donde nos hizo cantar un par de estrofas de The Drapery Falls y Harvest, ambas del aclamado Blackwater Park. El frontman ni siquiera tuvo que animar a la gente, para dejar cantando a cinco mil personas a viva voz, dos canciones que se sabían de memoria y finalizaron en un emocionado aplauso general, con un Åkerfeldt usando de capa nuestra bandera chilena, y un híper ventilado Martín Méndez quien se dirigió por única vez a los presentes agradeciendo y destacando la locura local.
The Lotus Eater, no hizo más que confirmar que el público estaba rendido a los pies de la banda, y la masa en cancha se dejaba llevar por los cambiantes y brutales ritmos de la progresiva canción, pasando por aquel extraño pasaje de teclado que más que Opeth pareciera el sonido de una banda de prog. setentera, y volviendo al caos al que nos han acostumbrado a lo largo de los años. Si algo es seguro es que los temas de Watershed funcionan pero increíble en vivo, y los asistentes estaban más que familiarizados con ellos: se los sabían al revés y al derecho.
La agrupación sale de escena, y empiezan las pifias y gritos para que vuelvan, algo que en determinado punto se hizo realmente ensordecedor, y en sólo cosa de minutos la banda estuvo de regreso, Åkerfeldt nos pide nuevamente una de sus extrañas y no menos idiotas peticiones: cabecear sin música. Muchos responden y el guitarrista/vocalista señala en especial a un sujeto en el borde de la galería, quien cabeceaba como los mil demonios y lo calificó como el rey del headbanging. Posterior presentación de la banda, y un solo de guitarra por parte de Fredrik Åkesson, el conjunto dispararía el último cartucho de la noche: Deliverance, canción con la cual el gentío de cancha, se transformó en una verdadera marea roja y a sabiendas de que el final se acercaba dejaron todo allí, estremeciendo inclusive con cada salto los costados posteriores del recinto, ¡tremendo!.
La banda se retiraba contenta, y más aún la gente quienes se les veía retirarse sorprendidos y más todavía alegres luego del espectáculo visto. La visita de Opeth por fin se consumó, la tercera fue la vencida y la banda si bien entregó un espectáculo de aquellos, hay que decir que no se salió mucho de los márgenes que venía practicando en sus pasados shows. Aterricemos, el conjunto no hizo un espectáculo más largo o mejor por ser Chile, fue probablente una de las noches más ruidosas, emotivas y potentes de la gira, pero de todas formas, la banda no hizo nada para darle un toque diferenciador a esa noche.
Aún así para todos quienes estuvimos ahí, la recompensa de una espera de años fue pagada, probablemente el gusto a poco no deja de existir, más aún de una agrupación que tiene toneladas de buenas canciones pero que por su duración promedio no caben todas en un solo setlist, lamentablemente no se puede dar en el gusto a todos, y eso ya era sabido de antes. El primer encuentro de una banda con Chile siempre es memorable, más aún cuando la reacción de la gente es tan potente como la vista ayer, quizás solo comparable al nivel de respuesta que hubo para la pasada visita de Carcass. Una noche inolvidable, y para muchos un sueño cumplido.
¡Opeth en Chile, por fin sucedió y si, fue verdad!
Setlist:
1. Heir Apparent
2. Ghost Of Perdition
3. Godhead’s Lament
4. The Leper Affinity
5. Credence
6. Hessian Peel
7. Closure
8. The Night And The Silent Water
9. The Drapery Falls / Harvest
10. The Lotus Eater
11. Deliverance
Review: Nicolás Pérez
Fotos: Sandra González
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