Siendo bastante rigurosos, nada más y nada menos que 2034 días tuvieron que pasar para que que la banda capitaneada por el maceteado Russell Allen, nos visitara nuevamente. Aquel 16 de Noviembre del 2001 fue la primera y única vez que los gringos llegaron a Chilito, cuando ante un reducido y “exclusivo” público se presentaron en el ahora cerrado Teatro Providencia, en el marco de la gira de su ya lejano V: The New Mythology Suite. Pero ahora el cuento era diferente, y con sólo pasearse minutos antes del show por las inmediaciones del teatro capitalino uno notaba la diferencia en cuanto a fervor popular o como quieran llamarle. De partida, porque el público que se congregó fue tan amplio que desde newbies con poleras recién compradas de la banda (ojo que no es un término despectivo) hasta viejos cracks con terno y maletín bajo el brazo pudimos ver merodeando y/o haciendo la cola para entrar a capear el frío.
Y aún con anuncio de temporal de viento y lluvia de por medio, la gente se las arregló para asistir a una cita que aparecía como sencillamente imperdible para los seguidores de un estilo tan odiado y amado como lo es el Metal Progresivo. Por eso sorprendidos quedamos al llegar al recinto de San Diego, ya que sin importar la lluvia, el elevado precio de las entradas y el siempre ingrato Transantiago, el respetable llegó en masa a ver lo que hasta el momento,y en nuestro humilde juicio, ha sido uno de los mejores conciertos del 2007 en cuanto a factura técnica y producción – casi igualable a Di’Anno, como me comentan por interno.
DELTA
Tallas aparte, y tal como estaba anunciado en el flyer, cuando los relojes apuntaban las 20 hrs. en punto – una para la producción – empezaron a sonar las guitarras de Delta, banda oriunda de este contaminado valle llamado Santiago, que venía con mochila llena con el lanzamiento de su álbum Black & Cold. Todo empezó viento en popa para la banda de Nicolás Quinteros, con un sonido bastante bueno – si Testament hubiese sonado así pienso yo – y un público que al parecer conocía a los capitalinos, ya que una buena parte del publico vaciló y hasta un poco de mosh armó mientras interpretaron sus primeros temas. La banda se plantaba bien en escenario, mientras el vocal Felipe del Valle caía presa de los nervios, y con voz temblorosa presentaba uno a uno los temas que la banda le entregaba al público. En ese momento, y luego de ejecutar Song for the Opressed, la banda pausaba entre los temas que interpretaba sin mayor sobresalto y una muy nerviosa voz de del Valle animaba al público que a esa hora ya empezaba a pedir golosa y tímidamente el plato de fondo, el asado, las papas fritas y el as. Mientras, DELTA seguía con su descarga de un Heavy Metal muy trabajado y virtuoso; muy en la vena de lo que el tipo de público que atrae Symphony X esperaba ver.
Con una vara bastante alta, DELTA le dejaba el escenario a los ya veteranos del circuito, Steelrage mientras los roadies le preparaban el escenario a los autores de Engraved in Steel. Luego de una pausa que pasó casi desapercibida, una Intro anunciaba que Steelrage entregaría toda su furia de acero para calentar más aún un ambiente que prácticamente era una plato preparado para Symphony X, cosa que más adelante le pesó a la banda. Con Death on your Back, un tema que pertenecerá a su nueva placa, Double Life, la banda de Jaime Contreras daba su primera estocada de la noche, seguida y sin respiro por Broken Oath. Con un sonido muy apretado y poco claro en ese momento, pero si con mucha energía (sobretodo de parte del bajista Jose Tomás Montencinos), Steelrage seducía a un público que en un porcentaje respondía con silencio y respeto, mientras el resto, quizás menos habituado a parrillas nacionales – ese público chaquetero, anti-nacionalista y ultra crítico que tanto odiamos – pifiaba pidiendo a Symphony X.
Aún así, Steelrage se la jugaba y sacando pechito (como hacian notar Patricio Solar y Melvin Poblete) de la madurez que han ganado como banda, y siguiendo con Double Life, tema perteneciente a su nueva placa, se percibió un poco más de claridad en el sonido, pero aún estaban bastante perdidas las guitarras y los teclados de Pascal Coulon; en desmedro de la batería de Franz Strauss. Fue cuando se le vio más complicada la cosa a Jaime Contreras, quien además de enfrentar a un público poco maduro o al menos respetuoso por lo nacional, tuvo que hacerse las fuerzas para seguir con el show sin mediar los problemas en que la banda se estaba viendo envuelta. Quizás para salir del entuerto, la banda se la jugó por un clásico como lo es Separate Ways de Journey, tema que a pesar de ser muy bien interpretado, no caló en el público quizás por el estándar de este, que prefiere lo virtuoso por sobre lo tradicional. Aún así, un caluroso aplauso de quienes veían y apreciaban el esfuerzo de la banda se hizo sentir, quizás compitiendo con quienes no daban tregua con sus pifias basadas en una infantil impaciencia. Para serenar a los ansiosos, la banda siguió con un tema ya conocido como lo es I’m Back Again, de lo que sería su repertorio clásico para luego entregar, pegada y en una inteligente movida, We’ll Never Give Up. Terminada la presentación, Jaime Contreras llamó a apoyar y participar de la escena nacional, lógicamente incitado por las pifias que se hicieron sentir durante los casi 30 minutos en que los capitalinos estuvieron en escena, con lo que se ganó los aplausos de quienes quizás llevan a la práctica el llamado de Contreras.
Si bien los capitalinos se plantaron bien en el escenario e hicieron notar una trabajada presentación, además de contar con un sonido aceptable dentro del rango de calidad con que generalmente cuentan las bandas nacionales en eventos internacionales, un público impaciente o quizás muy exigente hizo muy magro el pasar de Steelrage por el Caupolicán. Tampoco es para culparlos, ya que a más de alguna boca se le escuchó decir que no era una banda que correspondiera al tipo de espectáculo que entregaría Symphony X, pero creo que la gran culpa acá la tiene la impaciencia y el chaqueteo típico del chileno medio. ¿Qué hubiera hecho cualquiera de los que estaba pifiando en la posición de Steelrage? Quizás un poquito de papel higiénico y unas pelotas bien puestas le hubieran hecho falta, porque no es fácil salir parado de un Coliseo Romano con los pulgares apuntando hacia abajo. Estamos en un mundo libre y cada uno es libre de hacer lo que se le antoje, pero hay un valor humano que debe estar siempre presente: el respeto, que puta que hace falta en Chile.
SYMPHONY X
Eran ya cerca de las 21.30 horas y cualquier minuto de espera se hacía tedioso, no tanto por los tiempos, que cabe destacar fueron más que precisos, sino por las ansias de un Caupolicán entero de ver a la agrupación gringa. Ansias que se hacían latentes al punto de pifiar fervorosamente a los mismos encargados de probar sonido e instrumentos. Era comprensible después de todo, mal que mal habían sido siete años de espera, dentro de los cuales se demoraron cinco en incubar el disco que los traería por estos lares de una buena vez por todas (Paradise Lost). Existía un hambre musicalmente hablando por Symphony X, y en pocos minutos, todos nuestros oídos serían saciados porque la larga espera habría valido la pena.
Fue así como a las 21.40 en punto, sin ninguna intro bombástica que los acompañase, el quinteto gringo subió rápidamente al escenario para tomar sus instrumentos, y tal como una bomba atómica, generar una explosión en el recinto capitalino que se vendría abajo desde el primer momento con una apertura más que brusca con Of Sins And Shadows, canción encargada de abrir el disco Divine Wings of Tragedy y de la misma forma este recital. Desde el principio y al igual que con las bandas teloneras, se destacó el excelente sonido del que seríamos testigos en todo lo que fue el show, quizás con un volumen un poco alto (aunque nunca a un nivel tan abismal como fue en el concierto de Motörhead) pero lo suficientemente claro como para entender lo que realizaban todos los instrumentos a cabalidad.
La masa en cancha estaba en locura y éxtasis total, saltando a cada momento y provocando un verdadero sismo en el teatro. Sismo que por cierto no se detendría y continuaría con Domination, canción del nuevo Paradise Lost, que demostró una respuesta más que positiva en el público presente, puesto que no hubo ni que avisar, fue solo escuchar la introducción de bajo por parte de Michael Lepond y el caos daría rienda suelta nuevamente, ya que todo el mundo la conocía, tal como si se tratase de un clásico de antaño de la agrupación siendo que el disco aún no sale al mercado en forma oficial.
Cabe destacar en esta canción en especial, lo brutal que se tornó la voz del robusto Allen en diferencia con canciones de discos pasados, y si en el disco ya escuchamos un vozarrón que sorprende, en vivo la agresividad desgarradora por parte del vocalista es increíblemente superior, dejando boquiabierto a más de alguno, incluyéndome.
Sin pausas ni descansos, el desorden colectivo continuaría con Inferno (Unleash the Fire), tema que desde el inicio demostraría la capacidad de los músicos de Symphony X, de plasmar tal cual e inclusive con más fuerza en vivo, las canciones que graban en estudio, dejando en claro su virtuosismo a cada momento, en especial por parte del gordo Guitarrista quién parecía acabronarse con cada solo posible, siguiéndolo de atrasito Pinella en las teclas, que en esta continua lucha de solos entre ambos, dejarían a los más jóvenes más que extasiados por la magna muestra de velocidad y técnica.
A estas alturas el concierto era una verdadera lucha de titanes, por un lado se encontraba un público ávido de Symphony X que pedía más a cada momento, y por el otro lado, arriba del escenario, se encontraba el quinteto progresivo que sin compasión alguna buscaba enardecer más a esta bestia, lanzando uno tras otro, todos esos temas encargados de abrir los diversos discos del conjunto, canciones que eran seguros golpes en el hocico (musicalmente hablando por supuesto). Siguiendo esta corriente, el corte que a continuación vendría no podría ser menos, y con una potente batería inicial por parte de Jason Rullo, sabíamos que lo que se nos avecinaba era nada más y nada menos que Evolution (The Grand Desing), uno de los clásicos indiscutidos de la banda.
No había descanso señores, los Norteamericanos querían tirar todo a la parrilla, y para hacer una pausa en el caos que ellos mismos habían generado, tuvieron que literalmente pedir permiso para presentar el corte más “tranquilo” de la velada (y destaco el tranquilo entre comillas), dejando de esta forma a merced de los presentes otra canción de su placa V: The New Mythology Suit, Communion and the Oracle, que brindaría en cierta medida la calma al recinto, canción con una fórmula más que precisa para hacer una pequeña pausa al caos generalizado, haciendo que se alzaran levemente los primeros encendedores de la noche en señal de calma.
Se hace necesario destacar, la sorprendente iluminación que durante la noche embellezó y acompañó de manera perfecta al conjunto, haciendo de este un verdadero espectáculo audiovisual, que acompañado del magnánimo sonido hizo de este recital, tal como mencionamos en un principio, un show de una factura técnica altísima.
Con las pilas nuevamente más que puestas, tanto banda como público, el quinteto comandado por Sir Russel Allen en voces, daría paso a ejecutar Smoke And Mirrors, que con los parafernálicos barridos introductorios por parte del guatón Romeo (como era ovacionado por el mismísimo público), daba en cuenta nuevamente del tecnicismo y virtuosismo, que se recalcaba en especial en las tan aclamadas guerras de solos entre el ya mencionado guitarrista y Michael Pinella. Así y todo, a pesar de una ejecución prácticamente perfecta por ambos, no todo podía pintar bien, y en reiteradas ocasiones fuimos testigos de que el teclado de Pinella se perdía levemente, y ya encima del mismo solo recuperaba su volumen, dando en muchas instancias la idea de que el guitarrista lider se acabronaba con el volumen de su instrumento o que había una mala ecualización de este, en especial en el teclado. Cosas del fútbol.
Ya de regreso y nuevamente con una audiencia más que prendida, Allen daba la señal y anunciaba canciones del nuevo disco Paradise Lost, teniendo una respuesta más que positiva que se vería reflejada en Set the World on Fire (The Lie of Lies), canción que sin duda alguna estaría dentro de las más coreadas de la velada, gracias más que nada al poder de acceso informativo de Internet (Si, el mismo que hace que uds. Lean esto aquí y ahora). A ratos daba la idea de que la misma banda disfrutaba con esto, y que el mismo Russell llamaba a los fanáticos a cantar un tema que debería ser desconocido, pero tal como fue mencionado en un principio, todos los temas presentados del nuevo Paradise Lost, fueron vitoreados por el respetable, tal como si se tratase de verdaderos clásicos que ya llevan años en nuestros oídos. Y esto no sería para nada distinto con The Serpent’s Kiss, último tema que veríamos ejecutado de la nueva producción del quinteto, que se podría decir sería el corte más discreto de la velada.
Luego de tres verdaderos cañonazos auditivos, llegaba el momento de regresar a la Odisea, y King of Terrors sería el platillo ideal para esto. Un tema quizás no muy prendedor del todo, pero que motivo a los fanáticos que ya se notaban algo agotados (quién no, después de tanto tema potente junto), y de esta misma forma menos activos. Así y todo el cansancio sería cuento pasado, ya que Michael Lepond, dictaría en el bajo las primeras notas de Sea of Lies, canción que generaría un colapso solo comparable al visto en un inicio en Of Sins of Shadows. El joven público volvía nuevamente a saltar, y al parecer, la fórmula demostrada en The Divine Wings of Tragedy es sin dudas la preferida por los fans acérrimos de la banda, ya que los momentos más intensos en cancha se vivieron gracias a dos cortes de dicho disco. Asi fue como Symphony X, luego de una interpretación soberbia, y al mismo tiempo un juego con el público que demostraría que el respetable se encontraba a total merced de las ordenes del bonachón vocalista, el quinteto gringo dejaría el escenario por un rato un poco extenso para empezar los preparativos para su última canción, el corte que sería la guinda de la torta de este show.
Es así como luego de unos quince o diez minutos fuera del escenario, regresa Allen nuevamente con un Ron Dorado en mano, alabando lo tanto que le gustaba con frases de la índole “lo mejor que he probado en mi vida” (Preguntándonos varios en ese momento, ¿Qué Rones habrá probado Allen para hacer semejante aseveración?), y con un español bastante improvisado entre mierda y cojones (con el mismo que nos habría hecho reír a lo largo del show), aprovechó de dar gracias a la Internet (aunque suene jocoso), y asimismo profetizó una venida a futuro para el Tour de su próximo disco prometiendo no tardarse tanto, pero de inmediato poniendo en duda su promesa, al recordar los cinco años que tomaron grabar Paradise Lost, terminando su discurso con la risa de los presentes, y las eventuales presentaciones de los músicos, para dar paso a una de las Opus Magistral de Symphony X, The Odyssey.
De esta forma, nos adentramos dentro de esta amada por muchos, y al mismo tiempo no tan agradada por otros, obra de 25 minutos de duración, en las que Michael Romeo y compañía nos guiarían a través de sus instrumentos y voces por parte de Russell, en una verdadera travesía musical, narrando a su forma y estilo, el viaje de Ulises para llegar a Itaca. Sin duda escuchar tamaña obra en vivo, era un sueño cumplido para muchos, mientras que otros miraban dudosos si es que podía ser reproducida dicha canción en su totalidad en vivo, la banda por su parte, plasmó en el escenario el tema de la misma forma que lo hizo con el resto de los cortes, con una ejecución casi perfecta, cautivando a los presentes que daban la ovación final al conjunto gringo que se despedía en definitiva del escenario con un sencillo broche de oro.
En definitiva decir que fue una gran noche, es decir poco, ya que con teloneros más que a la altura para la situación, un sonido que fue igualmente bueno tanto como para las bandas encargadas de abrir como para el plato de fondo (Algo que debería pasar en todos los conciertos, y que por lo general NUNCA pasa), y una iluminación y producción de primer nivel que dejaría a todos los presentes más que satisfechos. Lamentablemente no todo puede ser perfecto, ya que el público para variar mostró la hilacha con el poco respeto brindado a los artistas nacionales que buscan mostrar su música masivamente, ya que oportunidades como estas se presentan pocas veces. La pregunta es ¿Hasta cuando tendremos que ver actitudes de patetismo extremo y chaqueteo sin razón por parte del “respetable”?. Increíble que los mismos asistentes terminen siendo el punto más bajo de la jornada, ese es mi país dicen por ahí, una real lástima.
Review: Ignacio Machuca, Nicolás Pérez.
Fotos: Roberto Yévenes, Nicolás Pérez.